martes, 30 de noviembre de 2010

Voy a hacerte feliz...



(A. Gala)

Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto
que le pondrás mi nombre a la tristeza.
Mal contrastada, en tu balanza empieza
la caricia a valer menos que el llanto.

Cuánto me vas a enriquecer y cuánto
te vas a avergonzar de tu pobreza,
cuando aprendas -a solas- qué belleza
tiene la cara amarga del encanto.

Para ser tan feliz como yo he sido,
besa la espina, tiembla ante la rosa,
bendice con el labio malherido,

juégate entero contra cualquier cosa.
Yo entero me jugué. Ya me he perdido.
Mira si mi venganza es generosa.


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sábado, 20 de noviembre de 2010

La Casa


(L. Zerón)

Llegó el momento de partir
el hogar en dos.
Bien:
comencemos por los rincones donde las arañas
tejieron también su historia.
Hablemos de los muros y sus cuadros.
¿Cuál eliges?
¿El del día de la boda,
el retrato de la niña
o el de vacaciones en verano?
Quiero el antiguo bodegón
para recordar las comidas familiares.

Mira la casa:
permanece ahí de pié
pero sin alma.

¿Con cuál alcoba deseas quedarte?
¿Aquella donde los gemidos
algunas vez fueron música perfecta?
¿O el cuarto azul
donde echó raíces la cuna para siempre?
¿O el jardín
donde todavía se columpian las sonrisas?

Deseo la terraza,
esa roja plataforma de minúsculos ladrillos
donde lluvias y palomas encontraron su refugio,
donde todavía transpiran las estrellas
y no hay sombra que oculte los engaños.

Te regalo los espejos
saturados de susurros, ecos familiares,
desfigurados rostros
que hoy se desangran en reproches.

Pero tienes razón:
tal vez aquí ya nada nos retenga.
A la frontera tal vez llegamos
entre el amor que vacila y las cenizas.

Viéndolo bien,
no puedo partir en dos la casa:
te la regalo toda
con todo y promesas de futuros sublimes.

Como cortinas viejas
te regalo lo que queda:
este cielo sombrío
y este desvencijado viento
que dejaste al cerrar la puerta principal.



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martes, 16 de noviembre de 2010

No se me importa un pito que las mujeres...


(O. Girondo)

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.




º

sábado, 13 de noviembre de 2010

Intermedio Sentimental


(J.L. García Martín)
Has llegado a mi vida
sin avisar, sin llamar a la puerta,
con tus botas gastadas,
con tu sonrisa herida,
y has derribado de un soplo
la muralla de tinta y de papel
que protegía mi mundo.
¡Era tan grata tanta soledad!
Pronto te irás. Adiós, adiós.
¿Qué me dejarás cuando te vayas?
¿Sólo dolor mientras se desvanece
ese olor a infancia y paraíso
que has traído contigo?
Mi corazón, hotel de pocas noches.
Te acaricio y sonrío.
Ya sé que estás de paso.
Que te dejas querer
un poco por piedad,
por gratitud,
que abandonas tu cuerpo
como un dócil juguete
mientras que tú te ausentas,
cierras los ojos,
piensas en quienes has amado,
en quien secretamente deseas,
nunca en mí.
Pero estás en mis brazos,
no en los suyos.
Ya sé que vivo de prestado,
nunca pude vivir de otra manera.
Cuando te hago reír,
cuando distraído sonríes,
cuando me veo reflejado en tus ojos
(también cuando muy lejos y a mi lado
pareces ser feliz),
el mundo se detiene
y baila sobre un pie.



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jueves, 11 de noviembre de 2010

Ovación



(M.C. González)

Este manantial de caricias
no morirá jamás

Será -después de la partida-
paloma
viento
incienso
arena de desierto




lunes, 1 de noviembre de 2010

Retozo


(J. Rojas)


Escucha, no importa que te lo diga
por teléfono,
de todos modos son palabras
a tu oído.

Te amo.

¿Por qué somos así?

Mientras tú hueles una rosa
yo gusto un vino.

Porque somos así
iguales cada uno
en la plenitud de su destino.

Me amas como soy
si no sería equivocarte.

Te amo, y me equivoco
y vuelvo a amarte.

¡Cómo te amo!