por miedo a ver la herida y el golpe de la sangre.
No digo las palabras que debiera decirte.
Te miro.
Te contemplo.
Te observo.
Ojeo las esquelas y el tiempo de las nubes.
Luego digo algo inútil,
mágico,
irreparable.
Digo cosas curiosas
como decir: qué tal,
hace calor,
te quiero,
anoche he deseado tu cuerpo nuevamente.
Pero nada se oye dentro de las paredes.
Tú me miras inquieto,
decidido,
cobarde.
(Mi corazón empieza a deslizarse
por la suave pendiente de tu pelo.) .
...
(E. Lopez)